Page 30 - Memoria2018
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respirar y una legión de doctores haciendo sus diagnósticos.
CUENTO Lida observa el reloj. La batería de su celular está al 1%. Justo a tiempo. La carga duró toda la
graduación. Es hora de irse a casa porque la señora que la ayuda con Andrés también tiene que irse a
dormir. A Lida le toca vivir la vida que le salió en la ruleta: en paz y sin atormentarse por todo lo que
hubiera podido ser.
La suerte de la fea
En el camerino de a lado, la maquillista empolva la cara grasienta del alcalde en ejercicio, que
corre para su tercer período en el Concejo. Luego de diez años en la alcaldía, Rafael Duarte podría
considerarse un veterano de la política. Muchas rayas para el tigre. Titulado en de Abogado en la
Nacional. Se la pasó haciendo pollas para quedar con los profesores más jamones de la Facultad
de Derecho y Ciencias Políticas. Cerró calles, tiró piedras y le prendió velas a Marx y a Lenin. Si
estornuda, probablemente un botón de su camisa podría salir disparado y sacarle el ojo al camarógrafo
que montado en su grúa hace paneos buscando los mejores ángulos de los candidatos. Su nariz
aguileña, su cabello blanco, sus ojos pequeños y su hablar campechano. “Me debo a mis bases” diría
continuamente, mientras los periodistas apócrifos le lanzan todo tipo de preguntas irrelevantes. El
tipo es un verdadero sobreviviente de la política criolla. Ha estado en todos los partidos. Siempre en
la papa, obviamente. Sus enemigos lo insultan y le dicen ladrón y coimero. Pero “nunca han podido
probarle nada”, como contesta a todo aquel que se atreva a preguntarle sobre sus expedientes. Su
insulsa esposa lo apoya incondicionalmente, a pesar de que cualquier ciudadano mínimamente
ilustrado puede llamar con nombre propio a la amante oficial. Sí, “oficial”, porque extraoficiales hay
varias en rotación de inventario.
Duarte es famoso por la utilización de fondos de administración en donativos para los barrios
pobres del electorado. Patrocina todo lo que le pidan, desde un uniforme de softball hasta una hoja
de zinc para el techo de una casa precarista. Su planilla de “asesores” es un interminable desfile de
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