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veces se había hecho ella misma? ¿Cómo entender el plan absurdo de Dios? Ella habría dado lo que
fuera por darle su propio corazón y evitarle tanto sufrimiento a su pequeñito. CUENTO
Hoy, Andresito está fuera de peligro y ha avanzado muchísimo. Lida solo puede estar
agradecida, le dieron la oportunidad que necesitaba en el momento en que la necesitaba.
Pero su orgullo, aquel ego de intelectual que siempre la hizo sobresalir, le hacía sentir el amargo
sabor de la frustración profesional. Tanto así que le dolía el corazón, físicamente se sentía enferma, de
pensar que su vida profesional se había vuelto una broma de mal gusto. Trataba de no sentir envidia
y ser humilde. Pero era por el gusto. Aunque sabía que había hecho lo correcto, no podía evitar
recordar la brillante sustentación de su tesis de grado y de su disertación de la Maestría que con tantos
esfuerzos se pudo pagar. Los años de estudio e investigación.
Y despertaba a su realidad. En su trabajo, la clave era pasar desapercibida. Tenía que vestirse
modestamente a propósito, para no llamar la atención ni despertar celos de sus compañeros. Usaba
un moño en lo alto de la cabeza, nunca se maquillaba ni usaba zapatos altos. No se pintaba las uñas
ni causaba problemas. Acataba las órdenes superiores con humildad y sencillez. De espaldas por las
esquinas. La cabeza baja. Ni siquiera se atrevía a proponer ideas brillantes, por miedo a que la persona
equivocada se sintiera aludida y se fijara en sus privilegios y decidiera que era demasiado para ella. A
veces fantaseaba con que alguien influyente tomaría su currículum de entre una pila de papeles y en
verdad lo leería con atención. Que se dieran cuenta de que era una escritora talentosa, capaz de pintar
emociones y conectar con las audiencias. Que dijeran “mira el potencial de esta muchacha, deberíamos
aprovechar un perfil como el suyo”. Era tan creativa. Escribir para ella era como cortar mantequilla con
un cuchillo caliente. Era muy talentosa. Pero ya no tenía 30 años, ni toda una vida por delante.
Ya era muy tarde para todo eso. A todos nos toca una cantidad limitada de milagros, y Andrés
había necesitado todos los milagros disponibles para Lida a sus 45 años. Su tiempo de escalar y brillar,
ya había terminado. No podía quejarse. Andresito salía adelante. Era un excelente alumno y un niño
bueno. Y uno aspira a que los hijos sean buenos y decentes. En su última visita al médico, el Dr. De La
Torre les había anunciado que habría que revisar ese corazón anualmente pero que estaba casi seguro
de que nunca más tendrían que operarlo. “¡Es hora de vivir! ¡Sin miedo!” Lida y Andrés se abrazaron.
Lida tenía los ojos llenos de lágrimas y el alma aliviada. Al fin su niño viviría una vida sin el terror de la
furosemida, el balance hídrico, ni la presión pulmonar. Andrés estaba fuera de ese peligro desesperante
que había hecho una sombra sobre sus vidas desde el día que nació, con grandes dificultades para
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