Page 44 - Memoria2018
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Gregoria no era una empleada cualquiera, eso sentía ella. Era la que compraba banderas y decoraba la oficina
CUENTO en noviembre, el mes de la patria, era la que iba de puesto en puesto pidiendo ayuda para algún compañero
enfermo y la que hablaba con el padre Andrés para la misa de aniversario de la compañía; esto, sin contar
que buscaba donaciones, centavitos, para la Teletón. Estas actividades las cumplía en un escritorio viejo y
una silla que tenía una pata más gastada que las demás. Más de una vez pidió a la jefa que le proporcionara
mobiliario nuevo.
—No hay presupuesto— le contestó.
Gregoria no había faltado casi nunca, no se había hurtado ni un lápiz, no había insultado ni golpeado a
nadie, y en los talleres de cuerda, que pagaba la empresa para potenciar las capacidades laborales, era la más
diestra. No había motivos para el despido. Pero ‘la fueron’, como dicen los muchachos en la calle.
Al día siguiente, la señora de la pecera, así le llamaba a su jefa, comentó en la oficina que había logrado
un mutuo acuerdo generoso para Goyita. Las compañeras rompieron en llanto como si hubiese muerto un
familiar.
—Cálmense, cálmense, que Goyita tiene muchas cualidades que en esta oficina no estaba desarrollando— les
dijo la señora con el semblante de quien se lleva algo sin permiso.
Como ocurre en estos casos, los comentarios por el despido centraron la atención de todos. La versión
más disparatada se repetía en la cafetería. Contaban que se había llevado los fondos de la cooperativa de la
empresa. Como sea verdad, la vamos a buscar por las greñas a su casa, decían los empleados furiosos que se
encaminaron hacia la oficina de la cooperativa.
—No falta un centavo— respondió la secretaria a los furiosos invasores de su oficina.
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