Page 45 - Memoria2018
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Por las mañanas, Gregoria salía vestida como si fuera a trabajar. En un restaurante de Perejil compraba un
café negro, una hojaldra wantón y hacía tiempo para hacer los mandados del día. Durante ese lapso hacía
cuentas: ¿era factible pagar el préstamo que pidió para enterrar al tío taxista en el interior? El tío le había CUENTO
pedido eso y ella cumplió sin esperar nada a cambio. Desde que le diagnosticaron esa enfermedad, todos los
hermanos lo apartaron. Ella lo llevaba a las citas y le compraba los medicamentos cuando no había en las
farmacias del Estado. Era el único familiar que velaba por el enfermo quien ya no podía trabajar y tampoco
encontraba cuarto para vivir: apenas se daban cuenta que tenía eso, lo echaban de las casas de alquiler.
El que paga lo que debe sabe lo que tiene; recordando este dicho de la abuela, canceló los tres mil dólares del
entierro que aún debía. Al regreso del banco, de camino hacia un internet café, se detuvo en la mesita de los
perfumes del señor con el pie de elefante. Compró tres muestras por tres dólares. Alquiló una computadora
por dos horas. Como si tuviese todo el día para ello, fue escribiendo lo más importante de su vida laboral en
la hoja del procesador de palabras. Si pongo que tengo 45 nadie me llamará, pensó y quitó la edad antes de
mandar las impresiones: veinte juegos.
A la mañana siguiente, se ubicó en otro restaurante, a revisar la sección de clasificados de los diarios. A las
empresas que estaban cerca les llevó el sobre amarillo con el documento y a las más distantes, lo enviaría
por correo electrónico desde el internet café. En aquel ajetreo se tropieza con Chanita, que le comentó que
con la liquidación se compró un panel y había montado un negocio de mensajería con la hija que estaba en la
universidad. Se despidieron con la promesa de juntarse otra vez para darle soltura a la sinhueso.
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