Page 48 - Memoria2018
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de periódicos del semáforo que puso la pila de diarios en la acera y se vino a mirar. Al poquito se escucharon
CUENTO como golpes secos; eran las detonaciones.
Gregoria se tumba en la hamaca del portal, cierra los ojos y escucha varios disparos. Las balas sonaron cerca,
tan cerca que piensa que alguna ha entrado en su cuerpo. Siente algo espeso correrle por la barriga y bajarle
por las costillas. Quiere tocar ese líquido, pero no puede mover los dedos, están engarrotados, como decía su
abuela cuando los dedos se le endurecían como piedras de río. Siente dolor, un dolor que nunca antes había
sentido. En realidad, ella nunca ha estado enferma de nada, recuerda que sus amigas de la oficina le decían
que era de esas personas que el día que se enferman van a la tumba. La muerte le trae escalofríos. Siempre
fue miedosa para estas cosas. En el campo nunca fue a los entierros porque lloraba más que los deudos del
difunto. Ahora que saca cuenta al único entierro que ha ido fue al del tío taxista.
El dolor la aprieta como una plancha de concreto. El líquido le empapa la blusa y la falda. Sacar las manchas
de sangre, piensa, es un dolor de cabeza cuando se dejan secar. Cuando alguien se cortaba en la casa la
abuela dejaba esa ropa untada de sangre varios días en limón. Acá donde conseguirá limón si hasta hace poco
una rica pintora se quejó del precio del limón. Ella hace unos años tenía un palo de limón en el patio; pero lo
mandó a cortar por la mala fe de los vecinos que esperaban que ella diera la espalda y salían con cartuchos a
cosechar cuando no recogían ni una hoja seca.
Hace otro intento en vano por mover los dedos y palparse el pecho. Siente que las fuerzas la están
abandonando. ¿Cómo hará para vivir sin esas fuerzas que la llevaron a
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