Page 57 - Memoria2018
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Seguía lloviendo cuando salí a la parada. El tronar de los aviones al subir y bajar me llegaba como si
ocurriera a cinco metros de distancia. Se detuvo un bus de los nuevos. Le dije al chofer que me habían
robado y me dejó entrar sin la tarjeta. Por más que me senté en el asiento que está encima del motor, el frío CUENTO
seguía dominando mi cuerpo. Los pasajeros, al entrar, quedan con los ojos encima de mí. Me miran la cara,
la ropa y luego se quedan su tiempo en los pies. Me daba ganas de gritarle si era primera vez que veían unos
pies. El cansando y el frío me quita las ganas de pelearme con alguien. Me bajé en la parada del mercado de
las frutas. A esa hora bien se puede cruzar la calle, casi no vienen carros, pero decidí subir el puente, unos
de los más peligrosos que hay en la ciudad. Cuando llegué a la oficina de Ancón había una fila de unas diez
personas. Era la única que estaba descalza en ese sitio. Con cada uno, el funcionario se tomaba si tiempo.
Preguntas, preguntas y preguntas; bla, bla, bla, bla, como dicen los muchachos de ahora. Salí con una
sensación de desamparo que me provocaba gritar. Y no lo hice para que la patrulla tuviese una pasajera que
llevar para el cuartel. Y en esos cuarteles he escuchado que pasan cosas raras. Mojada y descalza era una más
de las tantas personas que deambulan de noche. En la zona paga compré una tarjeta y le puse saldo para no
tener que estar pidiendo nada. Era más de media noche cuando el bus me dejó en la parada. Nada más me
falta que me muerda un perro, pensaba cuando subía la loma de mi casa. Llamé desde la calle y nadie me
respondía. Allí permanecí media hora, hasta que me encandiló la luz de un carro que llegaba.
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