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después, si es que regresa al campo de esos viajes de pueblo en pueblo en su moto. El Raulito que vendía los
     CUENTO  chanchitos y luego la llamaba y le decía que se habían desnucado por una pendiente que un niño de un año la


            sube y baja corriendo. Ese negocio conjunto no dejó un centavo de ganancia, pero sí muchas pérdidas.

            Pasando las nubes siente un aire caliente que le recuerda que en la estufa puso unos porotos con bastante

            agua para que no se quemaran mientras daba aquella pestañeada. Estarán quedándose secos y comenzarán a
            quemarse. El olor a quemado irá de casa en casa y ningún vecino se inmutará a ir al patio y decir vecina los

            porotos se le queman. No lo harán porque no la pasan desde que ella les pidió que dieran parte del terreno

            para la acera. Ahora que es abogada viene con esas exigencias de ricos, comentaban ellos en la tienda del

            chino que les dejaba tomar cervezas a lo escondido. Cuando ella iba por un caldo rica para los frijoles se los

            encontraba amontonados en un rincón de la tienda hablando lo que hablan todos los borrachos. Por más que

            le dijo al chino que llamaría a la policía nunca lo hizo porque sabe que la policía nunca atiende esos casos.

            La olla de los porotos estará negra, como el alma de esos vecinos, piensa.
            El calor se hace más fuerte. Será que voy para el infierno. No fue suficiente el bien que hice en la tierra.

            Piensa que lo que le incomodaba a la señora de la pecera era su nombre, Gregoria, no era un nombre para

            una sofisticada secretaria. En la escuela los compañeros siempre se burlaron de su nombre. Ahora que lo

            piensa el nombre jamás le gustó ni al marido, don Richo, que nunca la llamaba por su nombre y cuando nació

            la niña se opuso a que le pusieran Goyita. Gregoria, la abuela murió hace unos veinte años y Gregoria la

            mamá falleció cuando ella era apenas una chiquilla. La niña no pudo llamarse Gregoria por los caprichos de

            don Richo, que un buen día no volvió más. Ya no siente nada a su alrededor. Del fresco de las nubes pasó al

            caliente de los rayos solares y ahora ya no siente nada. Sabe que la llevarán


































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