Page 59 - Memoria2018
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Luego de los trámites legales y médicos, me llevaron hasta la cárcel de San Miguelito. En aquellas paredes el
tiempo se detiene y tu mente se rehúsa a quedarse contigo. El resto de la tarde es pesado, casi como cuando
regresas de un entierro. No comes porque lo último que sientes ganas de hacer es comer. Te quedas mirando CUENTO
todo, pensando, mirando, pensando y mirando, y al final llegan las lágrimas y el llanto.
Las custodias te acompañan para asignarte tu espacio. Cuando cae la noche el frío te entra hasta los huesos.
La manta no calienta. Por el hueco de la ventana se cuela el ruido de la noche: los carros y el canto de los
pájaros nocturnos. Se me viene a la mente las veces que pasaba por aquella carretera llevando pasajeros. Ayer
estaba allá y hoy estoy acá; ayer era dueña de mis actos y ahora dependo de un reglamento; ayer comía lo
que me podía pagar y hoy dependo de lo que nos quieran mandar; ayer tenía dos bebés que atender y hoy no
tengo a nadie. Con esta maraña de cosas en la cabeza nadie puede cerrar los ojos. Y mejor que sea así, me
han recomendado no pegar los ojos las primeras noches hasta que sepas bien quiénes son las compañeras.
Hablando de las compañeras, todas duermen apaciblemente como si nada les robara la tranquilidad. Mi
cuerpo está preso, sí, pero mi mente nadie la puede meter en ninguna cárcel. Me veo en la casa fregando
los trastes sucios para no dejar nada en el fregador y dejando el arroz hecho para las dos comidas del día
siguiente. Ahora pasa un camión pesado, me lo imagino como esos de 16 ruedas que cargan las pesadas vigas
del metro. Desde que vi esos bichos tan grande me entró la obsesión de aprender a manejarlos. La oficina
que dicta el curso para operar esos equipos me tiene en la lista de espera para la siguiente capacitación. Seré
como una hormiga manejando un elefante. La noche se ha detenido.
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