Page 56 - Memoria2018
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del aire acondicionado. Apago las luces y recuesto el sillón para descansar hasta que me suene el teléfono.
CUENTO La plataforma avisa las carreras por el celular. No habían pasado tres minutos cuando miro el arma
apuntándome.
...
Cerca de la ventana de mi carro había dos hombres. Uno de ellos me apuntaba desde afuera. Gritaban que
saliera del carro y no lo pensé ni un segundo. Será a lo que dios quiera, me dije, y abrí la puerta. Los dos
tipos dieron la vuelta por detrás del carro y me empujaron. Caí sentada en el charco de la acera. Temblaba.
Se marcharon llevándose todo, hasta mis zapatos que estaban cerca de los pedales. Me tomé mi tiempo
para levantarme. Los otros carros en la fila se esfumaron. ¡Me robaron, me robaron! gritaba para que me
escucharan los conductores que pasaban a mi lado. Finalmente, aparece un alma caritativa: un taxista
amarillo, de esos que nos han declarado la guerra a quienes hemos metido a trabajar para el servicio de las
plataformas digitales.
Le conté lo ocurrido y el hombre aceleró en persecución de los ladrones. Para qué hace esto, nos van a matar,
le imploraba, pero no me hacía caso. La verdad es que ni siquiera con un avión los hubiéramos alcanzado.
Llegamos al cuartel de policía, a varios kilómetros del aeropuerto. Hasta aquí llego, me dijo, si me quedo
me llamarán a declarar y no estoy para perder el tiempo. Ingresé al cuartel temblando, ahora de frío y no de
miedo. Le expliqué al guardia, un niño agrandado, de la entrada lo que había ocurrido y me contestó que
ese no era sitio para poner denuncias, que fuera a la oficina central de Ancón. Le dije que me habían llevado
hasta los zapatos. Lo más que le puedo prestar es el teléfono por si quiere llamar a su familia, me contestó.
Mejor me presta cinco dólares para irme a poner la denuncia, le pedí.
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