Page 66 - Memoria2018
P. 66
Odio el ballet, los zapatos de taco alto y el corsé. Siempre he colisionado con los coreógrafos porque
CUENTO considero que todo se trata de un asunto de dominación; cuando enfrenté al engreído Petipa, a quien la
Pavlova debía gran parte de su éxito, cuando observé a la Duse despachar con cajas destempladas a Gordon
Craig, me convencí: en el fondo no se trata de arte ni de talento, sino de la simple y grosera ansia de poder,
del instinto aún no sofocado por la civilización de dominio territorial, de afán de posesión. El macho
que doblega y somete a la hembra. ¿Llamar macho a un exquisito coreógrafo? cuestionaron sonrientes
mis amigas. Pues sí, no tiene nada que ver con quiénes la persona se acueste. En Londres, en Berlín, en
París, tengo amigas sufragistas, seguidoras de aquella que se inmoló en una carrera de caballos. Aquí en
Niza, para divertirse, algunas juegan a vestir ropas de varón, a fumar habanos en público. Hace poco, una
periodista española tuvo la paciencia de leerme, haciendo traducción instantánea, algunos fragmentos
de los escritos de una monja mexicana del siglo diecisiete. Como dicen los franceses, experimenté un
auténtico coup de foudre, es decir, un flechazo. Qué lástima no poder leer el castellano; costaba trabajo
aceptar que una monja de esa época pudiese escribir tan acertadamente sobre el amor, sobre el libre
albedrío, incluso sobre la envidia que siempre provoca el talento. Sentí dentro de mi pecho el abrazo de
una hermana. Para colmo de mi fascinación, la amiga de marras me mostró una reproducción en la que
aparecía, enfundada en su hábito, una mujer joven y hermosa, de mirada aguda y desafiante. Después
quise saber hasta el mínimo detalle de su existencia. Consideré la vida de aquella monja que luchó hasta
el final para no someterse, un testamento dirigido a las mujeres del porvenir. ¡Cómo era posible que en
todas partes del mundo no se hubiera levantado un monumento en honor de una mujer tan extraordinaria!
¡Cómo me hubiera gustado conocer a esa hermana! Quién sabe, quizá nos encontremos después de esta
vida, en algún lugar de la creación donde no exista el tiempo ni el espacio.
En la tarde entregaré estas páginas a la escritora que revisa mi autobiografía. De seguro objetará el
empleo de los signos de admiración que según ella equivalen a un auto aplauso. Siempre me silencia con
un: zapatero a tus zapatos. Mejor las entrego mañana, acabo de recordar que quedé con mis amigas en el
cafetín del puerto; un pretexto para encontrarme con ese guapo italiano que prometió darme un paseo en
su bugatti último modelo. Mientras transitamos a imprudente velocidad por las avenidas, me deleitan las
ráfagas que abanican mi rostro: me siento ligera, evanescente, próxima a la gloria.
MONJA
Las instalaciones del hospital están repletas: nos hemos visto obligados, en el caso de parientes
66