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podía hacer. No era la primera vez que le pedían algo parecido. Aunque generalmente lo que la
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             gente quería era recuperar cosas, no perderlas para siempre. Pero bueno, cada loco con su tema.


                    Después de la tercera lectura del mensaje de WhatsApp, comenzó a procesar la orden del

             cliente en su cerebro. Fátima tenía exactamente lo que Smith necesitaba, así que se levantó como

             un resorte y voló escaleras abajo para prepararse un café fuerte, que la sacara del limbo de sueño

             en el que flotaba y la dejara pensar claramente. Nadie debería hablarle antes de que tomara su

             primera taza de café. Era algo bien sabido.

                    Era su proyecto bebé. Lo llamaba el FX9. Luego de 8 intentos fallidos, había





             logrado crear un programa satisfactorio. “F” por Fátima. “X” por “Exterminador”. 9, porque fue a la

             novena intentona que en verdad funcionó. Era como amnesia irreversible para las computadoras. Era

             un basurero de exterminio digital. No era un troyano ni nada de eso.






             Primero encriptaba todos los archivos y luego los hacía desaparecer. Era exactamente lo que

             Smith estaba pidiendo. Equivalía a meter un documento en una trituradora, meterlo en una olla

             de ácido, quemar la pasta resultante y esparcir las cenizas en una avioneta sobre el océano Índico.

             No contento con esto, el programa se autodestruiría una vez terminada la aniquilación. No dejaría

             huella. No se podía copiar. Era una obra de arte. Trabajar con computadoras era su pasión y ésta

             era la oportunidad perfecta para vender muy cara su experiencia. Este tipo de software no estaba

             registrado ni en el mercado. Era un arma, en el sentido literal de la palabra. Eso le daba un valor

             agregado desmedido. Fátima comenzó a gastarse la plata que aún no se había ganado. En su mente,

             obvio.


                    Estaba emocionada. Se iba a hacer un billete responsable. Pero mientras preparaba la

             respuesta al Sr. Smith y arreglaba el paquete según las expectativas del cliente, encendió el televisor.

             Se sirvió un segundo café levanta-muertos. La pereza seguía disipándose. En la pantalla algún

             ministro justificaba algún mal manejo de dinero y le echaba la culpa al gobierno anterior. Que si no

             había visión de Estado. Que si las arcas estaban vacías y había tenido que trabajar con las uñas. El

             periodista entrevistador era un desastre, pero era lo que había en el país. Y ella vivía en tierra de



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