Page 81 - Memoria2017
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los atardeceres en trópico. Tenía miles de pecas sobre una piel de alabastro, cara de no
CUENTO
haberse bañado, sonrisa de quien no tiene preocupaciones y un vaso inmenso de plástico de
Pepsi que Ana vería llenarse de modo sostenido y desenfadado mientras vivieron juntas en
los dormitorios de ese college glorificado en donde sus vidas se habían cruzado.
Ana se miró en la sonrisa de Kayleigh, y supo que las cosas no serían tan tristes y
patéticas como se las había imaginado al salir de Tocumen.
Traía una maleta aún con el tiquete de identificación del aeropuerto, y no está de
más que sepan, que llegaba Summersville con el corazón destrozado y con tantas ganas de
escapar de las calles, de los restaurantes, de las casualidades y de los amigos que les habían
sido comunes a ella y a quien le había desbaratado las ganas de vivir.
Después de desempacar y hablar las cosas básicas, Ana se dio cuenta de que no
había mucho que tuvieran en común.
–¿Quieres ir a dar una vuelta?–, preguntó Kayleigh con su voz de niña.
–Seguro-–, aceptó Ana, con un inglés bastante aceptable. Y así empezarían las
muchas noches de Stevie Ray, con sus toques de bandas en vivo y las decenas de
Budweisers que se tomarían juntas. Kayleigh era la típica amiga esa que no puede estar
sola. Jamás le dio a Ana un solo consejo que valiera la pena. No era una académica
consagrada y no acostumbraba a hablar cosas serias sobre su vida. No era profunda y densa.
No sufría de la intensidad de quien necesita que le prestaran atención. No era una inmadura
ni una desobligada, pero disfrutaba muchísimo del presente. Y quizás Ana necesitaba de
ese tipo de persona a su lado, al menos en ese momento de su vida.
Cuando uno decide dejarse llevar por ese tipo de amistad, esa que viene con fecha
de vencimiento, las cosas son difíciles. Porque ambas personas saben que al final, la otra
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