Page 78 - Memoria2017
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claustrofobia y le daban mareos y ganas de vomitar. Cada vez que pensaba en lo lejos que
CUENTO estaba del mar, sentía que se ahogaba.
Había otros tipos de trabajos. Estaba el que clasificaba el correo. Los que ayudaban
en la cocina y llevaban esos ridículos delantales y redecillas en la cabeza. Los asistentes de
oficina. Ana estaba segura de que todo podía ser mucho peor. La podían haber puesto a
fregar platos.
¡Cómo había el panameño en esa universidad que no era ni de primera, ni de
segunda, ni de tercera categoría! Cuidado que ni de cuarta. Y todos pensaban que la estaban
botando. O al menos les gustaba pretender que estaban en la mismísima Harvard!
Sí. La vida podía ser muchísimo peor para Ana. Podía estar recibiendo órdenes de
alguien. Podía ser una esclava más del sistema en el que la “universidad” te ofrecía una
media “beca” y te hacía trabajar medio tiempo para pagar el resto de lo que no cubría tu
supuesta beca. Todo era una gran estafa. No había un proceso de selección. Nadie era
rechazado. El “Convenio” entre la universidad y la institución financiera de préstamos
estudiantiles panameña, era un negocio redondo. Al fin y al cabo ibas a acabar con un
diploma de una universidad norteamericana en las manos. No era como que en alguna
esquina del pergamino iba a decir que era una entidad de quinta. Si se ponía a pensarlo con
detenimiento era un caso de colonialismo solapado. La universidad gringa exigía un
depósito directo de diez mil dólares por una maestría y te sacaba la mugre en una oficina o
frente a una olla sin pagarte ningún beneficio. Y te pasarías los siguientes 15 años pagando
125 dólares mensuales por el privilegio de la educación. Con el miedo de que si no pagas,
ejecuten a tu fiador que ya lleva trescientos años de estabilidad laboral. Hay gente que sabe
hacer sus vainas bien hechas. Y sacarle plata a un país tercermundista en el camino. Oro
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