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por espejitos. No era la primera vez que eso pasaba en la historia de la Humanidad.
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                   Es por ello que Ana se consideraba muy afortunada. Tenía un trabajo de muy pero


            muy bajo perfil. Ponchaba al entrar, saludaba Dave, el bibliotecario, que era un tipo flaquito





            y paliducho, con lentes de pasta negra, como de 40 años cuya primera opción en la vida no


            habría sido estar allí. Luego Ana se escondía en una esquina polvorienta de la biblioteca,


            colocaba 37 cintas magnéticas, lo cual tomaba unos 15 minutos de su tiempo laboral, se

            refundía en las aguas de un libro abandonado por tres horas, colocaba 19 cintas más,


            agarraba su mochila verde, se despedía de Dave– cuya piel casi transparente y su mirada


            perdida no contaban una gran historia– y caminaba hacia su dormitorio, a inventar mil


            maneras de matar ese año fuera de casa. Entre libros polvorientos que nadie extrañaría. En

            rincones escarchados de telas de araña, polillas y olvido. Ana no se cambiaba por nadie.


            Paz y leer. Qué importaba si era un trabajo un poquito humillante.


                   Con todo, aquel era un trabajo invaluable, tenía que seguir su esquema con minucia.


            La probabilidad de pelar papas en la cocina, siempre era una amenaza sobre su cabeza.

                   Si había algo que Ana detestaba con toda su alma, era recibir órdenes. Lava el carro.


            Levántate. Anda a la tienda del chino. Haz un trabajo sobre una novela de Hemingway.


            Cómete los frijoles. Préstame tu tarea. De sus maestros. De sus amigos. De quien diablos


            fuera. Y todo era un poco peor, si las órdenes venían de un hombre. Era algo casi

            patológico. Al recibir una orden sentía cómo perdía el control. La ira la invadía. Su cara se


            tornaba lívida. Le era imposible ocultar el odio visceral que las instrucciones le causaban.


            Trabajar encubierta y al margen de un orden superior era una oportunidad inmejorable.


                   Estaba dispuesta a defender su posición. El plan era mantener un perfil

            imperceptible. No llamar la atención. No maquillarse. No vestirse llamativamente. Volverse



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