Page 80 - Memoria2017
P. 80

una sombra, mimetizarse con las paredes. Ser invisible. Llamar la atención no era una
     CUENTO  opción. Y eso es un poco difícil cuando uno no está acostumbrado.




                   Pero todo en la vida implica sacrificios. Sacrificios por un bien superior.

            Y Ana estaba tan a gusto en su invisibilidad. Era como un manto mágico que la protegía de






            ser importunada en sus pensamientos. Jeans anchos. Sudaderas grises. Sin nombres ni


            frases, al fin y al cabo ropa de Wal Mart, lo único que se podía pagar. Cola de caballo.

            Zapatillas de correr. No podía exagerar. No podía desbalancear el plan. Cualquier error


            podía pasarle factura y hacer que la transfirieran. A pelar papas. O a llenar botellas de


            Ketchup. O a archivar documentos. Que nadie la extrañara, pero que nadie la necesitara. El


            universo le había hecho un regalo. Y Dios sabe que muy pocas veces obtenía lo que quería.

                   Estaba segura que había ido a parar al lugar más aburrido del planeta. El medio de la


            nada. El maizal. Porque el Midwest no era New York, ni San Francisco, ni Los Ángeles, ni


            nada que mereciera ser destruido por extraterrestres en una película de esas en la que los


            gringos siempre ganan. Era una planicie sin esperanza, sin sistema de transporte público y

            aderezada con vallas de desaparecidos y números de teléfono que bien podrían conectar con


            la dimensión desconocida. Una ciudad sacada de la biografía de un asesino en serie.


                   Pero había un par de cosas buenas. Estaban las cuatros estaciones con su variedad,


            la salsa de barbacoa de las hamburguesas de BJ´s que era algo fuera de este mundo y el bar

            de Stevie Ray. Ah, y por supuesto, la sonrisa de Kayleigh.


                   Ana era más bien solitaria, y lo disfrutaba. Pero en cuanto conoció a Kayleigh, tuvo


            la certeza de que sería una constante en su vida, al menos durante su año y medio de


            maestría.

                   Sus cabellos eran rojizos como las fogatas de la niñez. Sus ojos acaramelados como



      80
   75   76   77   78   79   80   81   82   83   84   85