Page 29 - MEMORIA 2019
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RELOJES
                                                                                                                         CUENTO




                                                      Texto encontrado en el Monumento al Agua durante

                                                      los trabajos de restauración hechos en 1986.

                                                      Inaugurado el 8 de febrero de 1973. Restaurado en

                                                      1986,1995 y 2013.










            Rosa se estaba pariendo. Mi tío Mariano, que en ese entonces era un niño, corrió tan rápido como pudo

            para darle la noticia a mi padre. Todos los trabajadores estaban empacando papas en la bodega de la finca.

            Para, Lucinio, el capataz, lo más importante era quedarle bien al patrón. Sin excusas para nadie. No dejó

            salir a mi padre. Mariano se devolvió solo para el rancho.


            –Aquí hay que terminar el trabajo primero. No hay tiempo para los débiles, y al que no le guste, se puede

            ir cuando quiera. Pero que no vuelva. –dijo Lucinio, con ese tono monótono y grosero de algunos jefes.


            Nadie le comentó a mi padre que la lluvia ya era tormenta. Dentro de la bodega no se oía la fuerza que

            tenía el aguacero afuera. Le pidió permiso a Lucinio para marcharse, dos, tres, cuatro veces, y el hombre,

            nada… Mi padre, molesto por la negativa del capataz, le increpó:


            – ¿Sabe Lucinio? El tiempo de salida debe cambiar. ¡No es justo!, ¡nos matamos doce horas! Hoy estamos

            bajo el techo porque llueve, pero normalmente es en el campo, de sol a sol. –El capataz se echó a reír y lo

            miró como diciendo: ‘Este está loco’.


            Rosa, que así se llamaba mi madre, tenía miedo a que el rancho se le cayera encima ese día. Parecía que

            se iba a derramar el mundo sobre las viejas pencas. Y mi padre que no llegaba. El piso del rancho ya era

            un charco. Entonces, ella decidió irse para el río antes de que anocheciera. Así, con fuertes dolores en las

            caderas. No había más tiempo. Solo podía esperar el tiempo que la criatura tomara en llegar.


            –Hágame el favor… Mire que es mi Rosa la que se está pariendo; me ha dicho Mariano que es urgente.

            Este muchacho es muy nervioso y apenas para correr sirve, por eso no la puede ayudar. ¡Tengo que irme!

            Yo después le repongo el tiempo. –suplicaba mi padre. Él era fuerte y, en estos difíciles tiempos, aún más.

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