Page 48 - MEMORIA 2019
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las mujeres de algunos trabajadores y otras oportunistas que van al bar a cobrar su plata, intereses, pensiones y
CUENTO rebuscas antes de que los tipos se gasten todo el salario en “guaro, mujeres y chinguías”. El gerente del bar, que es
bien “pana”, le da crédito a los clientes más antiguos, que son los que más consuman.
La gente del sindicato también se da su vuelta por allí pagando tragos cuando se acercan las elecciones y torciendo
brazos cuando se aproximan las convenciones colectivas o los despidos en masa, señalando que no defienden a
quienes no pertenezcan al gremio, aunque invariablemente lo hacen, porque les gustan llevarles broncas a los
“rabis” que mandan en la construcción. En todo caso, siempre tienen un discurso de barricada en contra de la
oligarquía criolla, del neoliberalismo, del capitalismo salvaje, de la globalización y a favor de la lucha de clases por
los intereses del proletariado y las masas. Yo los escucho, aunque a veces lo entiendo todo lo que dicen, pero me
gusta la firmeza y convicción con que lo dicen. Se parecen a los Testigos de Jehová predicando, pero estos no llevan
la Biblia sino un libro viejo y desgastado que usan para explicar cómo funciona el socialismo a quienes, aunque casi
borrachos, les quisieran prestar atención.
Nadie más va al bar. Desde el capataz para arriba, ni ingenieros ni arquitectos, ni administrativos ni contadores, ni
los dueños de la constructora o de los edificios que estamos haciendo; ellos no se reúnen con nosotros y menos en
el bar de mala muerte, como le llaman al “Portobelo”. El capataz porque está metido en la idea de que él es clase
media con su casita en La Riviera, Don Bosco. Y los arquitectos, ingenieros y los otros porque tienen sus clubes a
los cuales asisten cuando se quieren tomar un trajo y no le importa eso de las clases sociales en tanto ellos vivan
bien, tengan dinero para botar para el aire y conserven sus privilegios sociales. Los jefes nunca se “van de pueblo”
ni quieren interactuar con el “proletariado”, como dice el compañero del sindicato.
Por supuesto, eso no me importa. Allá ellos. Yo vivo mi vida con mis penas y mis escasas alegrías, mis tragedias
personales. Pensando en tragedias, me acuerdo que cuando era pela´o jugaba béisbol. Era un buen cátcher con
buen brazo y excelente mascoteo, hasta que me lesioné la rodilla y como no tenía plata no pude operarme. ¡Qué
mala leche tuve! Lo más que pude fue atenderme en el Seguro Social, donde con solo tres sesiones de terapia a la
semana, durante dos meses, me fueron rehabilitando. Recuperé las funciones de la rodilla, pero más nunca pude
jugar la receptoría, posición muy exigente para mi articulación, según me dijo el doctor. A veces, con nostalgia
recuerdo mis buenos años en la juvenil, donde se decía que pronto sería firmado por una organización de grandes
ligas. Ese es el sueño de todo pelotero, pero no se dio para mí. ¡Te imaginas! salir de la pobreza por la puerta ancha,
ir al “norte” para jugar pelota en las grandes ligas, quizás hasta llegar a los Yankees de Nueva York, comprarles
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