Page 50 - Memoria2018
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dolorosa, en más de una ocasión escuchó al personal médico decir —y ese tan viejo tan pendejo que no sabe
CUENTO que existen los condones—. En la casa todos se han ido para Chiriquí. Ella quedó descansando en la hamaca
después de regresar de vender las comidas en la construcción cercana cuando escuchó aquellos impactos. Su
meta era ejercer de abogada laboral para ayudar a los trabajadores pobres que siempre son objeto de timos
de los malos jefes. Las palabras recursos humanos le recuerdan la carta de despido. Tantos años después no
logra saber por qué la despidieron así. Uno de los profesores le dijo que pusiera una demanda contra esa
empresa; pero ella le contestó que no, que —el mundo da muchas vueltas y el pobre a veces está arriba y
otras, abajo—. Nunca puso la demanda porque en el fondo de su corazón pensaba en volver a esa empresa.
Recuerda ahora que el carro del tío se lo llevaron los familiares que nunca le dieron un vaso de agua y que
tanto lo recriminaron por esa enfermedad. Ella debió ser más enérgica y exigir que le dieran ese carro porque
ella fue quien pagó, con préstamo, el entierro. Trasladar a una persona muerta de la ciudad a las provincias
no es barato, y no es que ella ahora esté arrepentida de haber cumplido con ese pedido del tío.
Siente que se va elevando. Siente que ya no está en la hamaca. Siente que su cuerpo es una pluma de gallina
de esas que la abuela llamaba ‘arroz con frijol’. Siente que su misión terrenal ha terminado. Siente que dentro
de poco se perderá entre las nubes, esas mismas nubes que la maestra de primer grado la mandaba a pintar y
ella las pintaba de rojo y venía la maestra y le pedía que colocará las manitos sobre el brazo de la silla y con
una regla paaa…y ella quedaba con las uñas rojas como las nubes que solo existían en su imaginación. La
abuela Goya le decía que ese rojo le acompañaría el resto de la vida y que podía ser felicidad o desgracia.
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