Page 66 - Memoria2017
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taller. Y escuchándolos me enteraba de cosas que no eran de niños.
     CUENTO        Mamá tenía rutinas explícitas en su vida y yo me convertí más en una acompañante




            que en una hija. Las cosas de todos los días, las comprábamos en la Abarrotería de Don

            Chava, que estaba a 30 segundos de la casa. Recuerdo su cara pétrea y angulosa como la de


            un Moahí de la isla de Pascua, su sombrero típico y su pila. Una vez por semana íbamos al


            Supermercado La Fe a comprar lo que requeríamos en grandes cantidades. Nos íbamos a


            pie y volvíamos en taxi. Por razones que nunca comprendí, mamá aprendió a manejar y

            luego decidió que no le daba la gana de seguir haciéndolo. Las cosas muy especiales, las


            comprábamos en Casa Lucrecia. Y ese era mi trip favorito, en materia de compras.






                   Mamá me llevaba a donde doña Lucre casi todas las tardes, pues le gustaba comprar

            todo lo que llevaban sus recetas el mismo día que las prepararía. No acumulábamos víveres


            en las despensas de nuestra casa en la Calle Manuel Quintero Villarreal. La tienda estaba a


            unas tres cuadras. La tienda tenía dos enormes puertas de madera con picaportes que las


            aseguraban metiéndolos en dos huecos abiertos en el piso de cemento pulido. La fachada

            estaba pintada de color celeste cielo con pintura de aceite y tenía un gran letrero vertical


            que decía CASA LUCRECIA en letras rojas sobre fondo blanco. Los artículos estaban


            dispuestos en una especie de “n” formada por las neveras y los escaparates, y las paredes


            estaban llenas de cosas ricas y muchas veces desconocidas para mí. Los clientes nos

            parábamos entre las dos patitas de la “n” imaginaria.


                   Ir de compras a donde Doña Lucre era como entrar a otro planeta. Allí aprendí a


            comprar jamón polaco Krakus y aceitunas rellenas de almendras. Ella vendía alimentos


            súper exclusivos que no había en cualquier lado. Tarde en la vida vine a saber que a esas

            cosas se les decía “ultramarinos” porque venían del otro lado del mar. La viejecita gallega



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