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frente a papá los colocó sobre el torno (máquina de tornear metales y hacer piezas
     CUENTO  mecánicas a la medida, cuando las cosas hechas a mano eran más accesibles que mandar a




            buscar la pieza a Corea pagando con una tarjeta de crédito) y comenzó a hablar y gesticular

            con mucho entusiasmo. Papá, parco, serio y calladito como era, asentía con la cabeza y con


            la mano izquierda se tapaba la boca y el mentón. El tío le quitó a papá el lápiz que siempre


            llevaba tras la oreja y desenrolló uno de sus papeles, para comenzar a explicarle


            gráficamente sepa Dios qué cosa.

                   Papá no emitía palabra alguna. Él era así. No puedo recordar que haya hablado por


            más de 10 segundos seguidos. Pero sea lo que fuere, parece que la idea del tío no se le hacía


            del todo descabellada. Desde donde yo estaba –realmente sin nada que hacer– estudiaba


            sus lenguajes corporales. Pude deducir que el tío tenía una idea y quería que papá se la

            convirtiera en realidad. Al final del día, eso es lo que hacía papá en su taller. Realizar los






            proyectos de la gente. Imaginar soluciones y darles vida con sus tornos, fresadoras y


            soldadura.

                   Se movieron a la “oficina” de papá, así que allí ya no podía observarlos con la


            misma claridad que cuando estaban en el medio del taller. Allí había mejor iluminación y


            una gran mesa de trabajo donde seguir con sus discusiones. Me iba a perder lo mejor de la


            conversa. Aunque no había podido escuchar ni una sílaba de lo que estaban hablando. Pero

            eso no se iba a quedar así. No tenía nada mejor que hacer que resolver tal misterio.


                   Después de como una hora de reunión _lo sé porque el sol se ocultaba y me había


            tomado otras dos Coca Colas mientras los seguía mirando__ el tío salió tan sin saludarme


            como había llegado, arrancó su Torino color blanco, negro y óxido y se perdió por las

            medio pedregosas calles de la ciudad. La tardecita color lavanda traía una suave brisa



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