Page 68 - Memoria2017
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importante. No éramos nosotros a quienes nos tocaba ver una bandera gringa ondeando
CUENTO bajo el sol, ni teníamos paso restringido a ningún lado. Era un universo paralelo en el
tiempo en el que todo quedaba lejos. Todo pasaba en otro lugar. Nada era local.
Un par de años después me encontré con La isla mágica de Sinán en un rincón olvidado de
la casa y empecé a leerla a escondidas. Mis cuentos favoritos eran el de Fifí y Barrabás y el
de Pipe y la burra. No podía imaginar nada que tuviera que ver con el Internet. No eran
tiempos mejores ni peores. Eran diferentes.
También recuerdo al tío Afrenio. Y todo lo que les he contado hasta este momento,
era para que se ubicaran en aquellos tiempos y en mi pequeña y particularísima ciudad.
Siempre tuve la impresión de que el tío Afrenio estaba mal de la cabeza. Bueno, no era una
impresión, eso lo dije por respeto a su memoria. El tipo estaba fuera de su mente. Chiflado.
Un tilín descompensado, si se quiere. No exagero. Cuando hablaba decía cosas como “el
cósmico”, “las potestades”o “el plan universal”. Tenía una clérima sacerdotal para hacerse
pasar por cura en caso de que fuera necesario burlar algún sistema de seguridad. En casos
de urgencia se la colocaba en el cuello de la camisilla y empezaba su show de agua bendita
y rezos (aunque dudo mucho que se supiera el padrenuestro). Leía a Ron Hubbard. Leía a
Freud. Leía a Marx. Caminaba raro, se vestía raro y tenía una vida rara en general.
Entiendo que fue genial en lo que hacía, pero por alguna razón dejó de hacerlo. Era
escultor. De los buenos. Por eso aquella tarde que llegó sin camisa y descalzo al taller de
papá, pensé que era otra más de sus locuras. Lo vi de lo más normal. Al fin y al cabo, en
todas las familias hay alguien que necesita Altruline, Litio, Tafil o Prozac. O un
electroshock. O una camisa de fuerza. O todas las anteriores.
Yo estaba sentada en una frente a la casa tomándome una botella Coca Cola
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