Page 70 - MEMORIA 2020
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CUENTO









            ––Dime ––le dije tocándole el hombro.
            ––Hace algunos días me enteré por medio de un familiar, que el viejo Clemente Juvenal y doña Carmela


            eran mis abuelos.
            Quedé perplejo y frío como un montículo de piedra.


            ––¿Y corroboraste la información? ¿tienes certeza de eso? ––le indagué.
            ––Sí, es cierto; sobre todo, que mi abuelo murió sin haber tenido la oportunidad de conocer a uno de sus


            nietos, y el derecho que teníamos ambos de un abrazo antes de su partida ––dijo liberando suavemente
            la botella vacía con la mano temblorosa sobre el tinaco.




                                                     Un trabajo decente


            ––Don Narciso, la conferencia será en el piso cinco, Salón La Alondra ––me dijo la muchacha de traje
            ejecutivo y peinado elegante.


            ––Gracias joven ––le contesté mientras me servía con algo de dificultad un café en el lobby del hotel.
            Caminé hacia una esquina y contemplé la lluvia caer contra el pavimento como largos filamentos de vidrio.


            El aroma del café mezclado con fragancia de vainilla trajo a mi memoria algunos sueños de juventud. Me
            pongo cómodo en la silla del lobby y empiezo a revisar el cartapacio que traje para verificar cualquier


            otro detalle.
            En aquellos tiempos había recorrido muchos lugares para comprar un lote y edificar una casita que me


            diera la oportunidad de contar con algo propio, después de haber pagado por años, cuartos de alquiler.
            Al vivir en la urbe y quedar desempleado por la quiebra de la empresa donde laboraba, opté por trabajar


            en la economía informal como la buhonería, en otras ocasiones, en la venta de bollos, tamales, carne en
            palito, raspaos. Hice de todo para tener un techo donde refugiarme. Luché, maniobré con la vida, desafié


            al destino.
            Un familiar me informó, que el gobierno había concedido a través de un permiso municipal cinco globos


            de terrenos para gente de bajo recursos en las afueras de la ciudad. Pensé sin vacilar, en comprar una
            parcela y de paso pagar la deuda por medio de un negocio que me diera algún tipo de solvencia, mientras


            llenaba formularios para adquirir un empleo. Hice una edificación pequeña de cuatro paredes, con piso

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