Page 71 - MEMORIA 2020
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CUENTO









            y techo, dentro del espacio que me trazaron los agrimensores. Con el cemento y los bloques que me
            sobraron, construí un portal rectangular (lateral a la vivienda) e instalé un kiosco para la venta de verduras


            y legumbres.
            El negocio quebró en unos meses, debido a que la mayoría de los vecinos le compraban legumbres y


            verduras a Julián, el dueño de un pick up que repartía frutas y tubérculos los fines de semana, cuando
            venía de regresó al Mercado Público con ubicación en la Calle Sur. El sujeto se instalaba debajo de un árbol,


            colocaba una balanza metálica y, en cuestión de minutos, el lugar se llenaba de gente como hormigas
            en los bordes de un frasco de miel. Era sencillo, los productos llegaban a la puerta de los hogares o en la


            Casa Comunal, y la gente conseguía las legumbres a un mejor precio a través de Julián que compraba al
            por mayor y por quintales. En esas condiciones era imposible superar la competencia.


            La tienda más cercana quedaba a cinco kilómetros, y había que usar bicicleta u otro transporte para
            conseguir lo elemental. Se me ocurrió la idea entonces, de vender productos de primera necesidad, y


            que la gente lograra obtener azúcar, sal, aceite o arroz, sin tener que caminar largas distancias.
            Fue una aventura tener que conducir en una bicicleta, entre caminos pedregosos y maltrechos, llegar


            hasta El Almacén Central y regresar con la mercancía colgada en los manubrios y en la parrilla trasera.
            Surtí poco a poco la tienda. Cuando llegó el invierno y las lluvias, tuve que abandonar la idea de usar la


            bicicleta para esos menesteres, porque el lodo y las inundaciones hacían la que la laborar fuera imposible.
            Ante el miedo de fracasar por segunda vez, le hice el comentario a Julián, para convencerlo que fuéramos


            socios.
            ––Acepto ––me dijo––, las legumbres y las verduras la vamos a poner en la tienda para que las vendas;


            nos repartimos la ganancia y de paso compro más mercancía en el mercado.
            Accedí a la propuesta. Apreté su mano y le dije:


            ––Trato hecho.
            Al cabo de unos meses expandí el techado de la tienda y coloqué otros estantes. El acuerdo con Julián


            estaba  dando  resultados,  pero  los  clientes  comenzaron  a  exigir  la  mercancía  que  se  vendían  en  un
            minisúper de un chino que había llegado al pueblo con intención de hacer negocios.


            Hable con Julián sobre el problema. Acordamos invertir la ganancia y los ahorros de ambos en la compra

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