Page 68 - MEMORIA 2020
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CUENTO
El buhonero nocturno
El viejo se desplomó en medio de la acera, justo cuando Nancy y yo disfrutábamos de un helado en una
de las bancas del Parque Metropolitano. Corrimos a su auxilio, puse mis rodillas en el piso y acerqué mi
oído al tórax; sus labios temblaban, y la respiración era dificultosa y entrecortada. Llamamos al 911 y
después de esperar más de media hora llegó la ambulancia con los paramédicos.
Me enteré por uno de los diarios el día siguiente, que el viejo había fallecido camino al hospital. Ese día
lo había visto merodear por La Plaza Central en horas de la mañana. El viejo caminaba con parsimonia,
en pasos lentos y pausados, con la mirada perdida en el vacío. Llevaba media docena de correas de cuero
colgadas en el antebrazo, un bolso plástico; en la otra mano, unas cuantas gorras y pañuelos de colores.
Tenía una apariencia descuidada, el rostro demacrado y enjuto. En una ocasión me detuve para comprarle
una toalla (mientras trotaba alrededor del parque), y sentí en aquel instante que su piel exhalaba un olor
a cebada rancia.
Días después le hice el comentario a Toto, uno de los guardias municipales que vigilaban las oficinas
administrativas para tramites de placas ubicadas en el área. Sentados en los bordes de la fuente que
estaba en el interior del municipio me empezó a contar:
“El viejo se llamaba Clemente Juvenal, y le faltaba un par de días para cumplir los ochenta años. Yo me
entere de los detalles por medio de un amigo que lo había conocido hace algunos años. El me comentó
con tristeza, que el anciano había educado a cinco hijos con la venta de raspaos, buhonerías y carne
en palito en un horario sin descansos, de lunes a domingo; que Clemente había vivido solitario en un
cuarto de alquiler luego de la muerte de su esposa y, que sus hijos, (casi todos profesionales) dejaron
de visitarlo después que envejeció. Y, así pasos sus días luchando contra los achaques de la vejez y de
algunas enfermedades; me dijo que siempre se le veía en la venta de buhonerías por todas partes, sin
seguridad, sin salario estable, sin vacaciones, y mucho menos con la esperanza de una jubilación.”
“Me refirió que el viejo empezó a sufrir de depresión y, poco a poco, se vio sumergido en el alcohol; que
lo veían ofreciendo la venta de chucherías por doquier, casi por inercia hasta altas horas de la noche,
ensimismado y en un estado de trance, como si se tratara de un sonámbulo, un buhonero nocturno, sin
rumbo fijo.”
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