Page 17 - Memoria Premios IPEL 2021
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Itai, lo había escuchado todo. Moría de curiosidad por saber que había en los ojos

                  del extraño para que su primera dijera “Ogame”. Ogame significaba cuando el agua y el
                  cielo se unen. Sería verdad lo que Kobre decía, que tenían los ojos como agua. ¿Saldría
                  mar de sus ojos?, habría que ver eso. Se acercó despacio al extraño mientras él dormía.

                  Si, era un poco mayor que Otore pero más alto, con la piel del cielo claro, con el pelo apenas
                  en la cara de color de las flores de la Gran Madre. Le tocó la cara y no se despertaba. Había

                  que hacerlo rápido, porque a Maya y Tarita no les iba a gustar verla fuera del escondite. No
                  había de otra, y le pinchó el ojo con sus dedos. El extraño abrió con dolor los ojos y vio la
                  cara  de  Itai  casi  pegada  a  la suya. Itai,  igual que  su  primera  se sorprendió  y  exclamo,

                  “¡Ogame!”.  A  lo  que  el  extraño  respondió,  “¿Ogame?”  moviendo  la  cabeza  como  si  no
                  entendiera. Nuevamente se desmayó. Itai escucho a su primera llegar y decidió esconderse
                  pensando en Ogame.


                           Esa  noche  cuando  todos  estaban  durmiendo,  Itai  cogió  una  rama  y  empezó  a
                  pinchar al extraño hasta despertarlo. Él se sintió confundido, ella le hacía seña para que la

                  siguiera, no sentía confianza pero, joven al fin, decidió ir con ella. Itaí lo condujo por la ruta
                  larga, entre los matorrales. El sendero que solía usar cuando se escapaba en las noches

                  para visitar la Gran Madre y ver ogame.

                           Llegaron donde la gran madre e Itai subió ligera entre las ramas. El extraño la
                  seguía lento, desconfiado. La luna era llena esa noche. Había claridad, Itai lo sabía. Con

                  júbilo dijo, “Ogame” y señalo el cielo donde se unía con el mar, luego lo señaló a él y
                  después se tocó sus ojos diciendo nuevamente “Ogame”. El extraño sonrió, si sus ojos eran
                  intensamente azules, del mismo color que se veía en el horizonte en ese momento, del

                  mismo color que tenían todos los varones de su familia. Algunos decían que era un defecto,
                  pero su mirada siempre causaba revuelo a dónde llegaba. El extraño vio a la joven indígena

                  reír, ella estaba contra la luz, el hechizo de la luna la iluminaba como a un ángel, igual que
                  a los ángeles de las catedrales su país. Se veía mágica, nunca había visto a una joven así,
                  sin nada, contra la luz de la noche y lucir tan inocente. Estas personas no cubrían su cuerpo,

                  todos iban tal cual habían nacido pero no sentían rubor ni malicia, para ellos ir así era
                  natural. Itai bajo de las ramas a su encuentro y el extraño le dijo, “Yo no soy Ogame, soy
                  José  María  Barrios”.  Ella  le  contestaba  asintiendo,  “Ogame”.  Siguieron  tratando  de

                  entenderse y mientras el extraño le repetía su nombre varias veces, la niña solo reía. Una
                  cosa llevó a otra e Itaí fue tocada antes de su bendición mientras repetía “Ogame”. Antes

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