Page 18 - Memoria Premios IPEL 2021
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del amanecer regresaron por la misma ruta. José María se acostó y quedó inmediatamente
                  dormido. Itaí se sentía revuelta y angustiada. No sabía lo que había pasado. Se sentía feliz,

                  pero infeliz. ¿Que sería todo esto que sentía? Alzó los ojos y se encontró con la mirada fija
                  de  su  abuela.  Cerró  los  ojos  y  se  hizo  la  dormida.  Se quedó  dormida. Tarita  la  seguía
                  mirando. Algo había pasado, dio la vuelta y se fue acostar.


                           Al día siguiente, en la mañana, José María se levantó al oír los gritos de su capitán,

                  “¡Cadete! Salimos inmediatamente”. José María empezó a recoger sus cosas y de pronto
                  repara en la mirada asustada de Itai. Allí, en el rincón se veía diferente, era una niña. ¿Qué
                  había hecho él?, miró aturdido, dio tres vueltas, buscando, pensando y mirando a la niña.

                  Se acercó a ella. Itai le acarició su barba incipiente, ella ya no era una niña. José María no
                  sabía qué hacer y escuchó nuevamente, “¡Cadete!”. En un impulso le besó la frente, se

                  arrancó del cuello el collar que llevaba puesto y se lo entregó. Salió corriendo, Itai nunca
                  más lo volvió a ver.


                                             LO QUE NO SE PUEDE OLVIDAR

                           Itai estaba sentada bajo la sombra de la Gran Madre, ya habían pasado veinte
                  lluvias, mucho había recorrido para estar nuevamente en ese lugar y recordar lo que no se
                  puede  olvidar.  Habían  otros  en  el  lugar,  recordando.  Todos  en  silencio.  A  su  lado,  su

                  primero, esta vez la había querido acompañar, cuidarla y conocer su origen. El sol del ocaso
                  hacia brillar su collar, se lo quitó y se lo entregó a su hijo. Era hora de contarle la verdad.
                  “Ogame, ven, siéntate aquí conmigo”.

                           Cuando  José  María  salió  del  hogar  de  Rore,  afuera  lo  esperaba  Don  Diego
                  acompañado de su segundo a bordo. En la noche habían estado conversando con Kobre y
                  les había hablado con dibujos de otro mar que quedaba a poca distancia. Tal vez a una

                  semana o dos de camino. El descubrir ese otro mar era importante para la expedición. Ya
                  habían perdido dos barcos, los hombres estaban enfermos, él tenía que regresar con algo

                  valioso, como la información de ese nuevo mar. Kobre sería el guía y los llevaría por un
                  sendero seguro. A José María le parecía que era muy precipitado pero no tenía voz en esta
                  decisión, el capitán era la autoridad. Con el capitán irían nueve hombres incluyéndolo a él.

                  Don Sebastián, el segundo a bordo se quedaría en el poblado encargado de los veinticinco
                  hombres restantes y el control de los indígenas. Kobre le pidió a Lele, su segundo, que lo
                  acompañara.  Obebe  aprovechó  esta  decisión  repentina  para  reunirse  y  elaborar  una

                  estrategia. Él sabía que no había sendero seguro, con sus cuerpos cubiertos el mal de

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