Page 29 - Memoria Premios IPEL 2021
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Muchos otros pueblos, de muchos otros señores, con igual o mejores regalos y
                  tributos, llegaron a la orilla del Yebra, pero ya no pude yo, saber quiénes, ni desde dónde

                  llegaban. “Gente de distinto señorío no se había juntado desde muy lejano tiempo,” contaba
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                  Taumbre  a la luz del fuego. Yo sentí el temblor en su voz, yo miré la inquietud de su alma,
                  cuando miraba fijo a la llanura del Yebra, toda salpicada de fogatas. Parecía que el cielo se

                  hubiera caído con todas sus estrellas sobre la llanura.


                           En medio del risco, detrás de la casa de nuestro señor, estaba la choza de caña y
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                  palma, en la que Meri Nuär Aburema cumplía los ritos del Mogön. Desde que Ngwana  se
                  asomaba por la Cüö Sëndä y hasta que se escondiera por el otro lado, las mujeres del

                  pueblo le enseñaban los secretos de cada oficio. Aprendió el oficio de moldear el barro, de
                  tejer canastas, chácaras, telas y hamacas, de labrar tulas de calabazos, aprendió a moler
                  y a fermentar el maíz, a secar con sal las carnes de monte y los pescados. Aprendió los

                  secretos de las yerbas, a invocar los espíritus para parar la sangre y a sacar el veneno de
                  las víboras, aprendió los tiempos de los cultivos, y a entender los mensajes sagrados que
                  nos llegan con el canto de los pájaros y de los sueños.


                           Abajo, a lo largo de la orilla del Yebra, la gente levantó sus chozas y guindó sus

                  hamacas, cada mañana, los distintos grupos salían unos a cazar en el oscuro bosque, otros
                  a  pescar  en  las  aguas  del  Yebra,  que  por  aquellos  tiempos  se  escurrían  perezosas  y
                  transparentes, otros labraban cayucos, otros tejían hamacas, motetes y chácaras, los más

                  pequeños buscaban leña y verduras, era como un hormiguero de gente.

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                  Con cada noche Sö  crecía y crecía también la algarabía, los gritos y los cantos en la orilla
                  del Yebra. La gente que se amontonaba abajo en la llanura del Nö Kri estaba inquieta y
                  también los que arriba en el risco protegían al gran Quibián. Los más ancianos temían, que
                  la  balsería  y  la  chicha  fermentada,  entre  tanta  cantidad  de  gente,  despertara  los  odios

                  dormidos  y  todo  terminara  en  gran  tragedia.  Los  fuertes  guerreros  de  cada  señorío  se
                  miraban con desconfianza y cada uno ponía en su rededor a sus más leales combatientes.

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                  12 Taumbre: Abuelo
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                  14  Sö: Luna





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