Page 32 - Memoria Premios IPEL 2021
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El último día de los festejos, Urabá fue el gran ganador de los juegos, el guerrero
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                  más fuerte el Nï Brärë Hümrë  . Le entregaron hermosos regalos, los distintos pueblos y
                  subió hasta el Risco junto al Quibian. Lo que hablaron nadie sabe, el destino de Aburema
                  fijado por su padre era de cumplimiento obligado. Esa noche, la lluvia cayó como pequeñitas
                  agujas  sobre  la  llanura,  un  viento  frío  aulló  entré  los  riscos.  La  oscuridad  se  hizo  más

                  espesa, el silencio se extendió desde La Cüö Sëndä al bosque y se escurrió hasta la llanura.
                  Solo el mugir del Yebra se podía escuchar. Pasadas tres partes de la noche, cuando en

                  total silencio dormían los pueblos, un grito salido de los más hondo del alma de Aburema
                  rompió el silencio y la tranquilidad, fue un grito hondo y seco, que nos metió el miedo hasta
                  el fondo de los huesos.


                           Movido por mis impulsos, sin pensar bien de mis actos, corrí y trepé por el risco
                  entre los árboles y llegué hasta lo alto por donde pude ver a la Aburema agitada y sudorosa

                  entre los brazos de la madre. Otro grito salió de lo más hondo del alma de Aburema y
                  arrancaba de ella el martirio y el sosiego. Su cuerpo delgado se retorcía en las piernas de
                  la madre y sus brazos trataban de sujetar el aire y el tiempo y sus ojos buscaban la luz entre

                  los rincones de la casa. Yo miraba aterrado a la Aburema, queriendo llegar a su alma y vivir
                  por ella sus tormentos. Dos ancianas llegaron a acompañar a la madre y a la hija que en

                  desconsuelo sacan en sus ojos los llantos.

                           Ya casi salía Ngwana con su vestido de luz, cuando un tercer grito de Aburema

                  corrompió  el  silencio,  esta  vez,  su  delgado  cuerpo  se  arqueó  como  una  hamaca  y  sus
                  manos retorcidas como ganchos, sus ojos anchos como platos y su carne blanca como la

                  sal, quitaron a Aburema la última fuerza de vida. Se desencajó como una paja seca en los
                  brazos de la madre. A su lado el Quibian, rígido y silencioso y nuestro Sukia que cantaba
                  con  voz  triste  las  plegarias  de  los  espíritus  y  agitaba  sobre  ella  aquel  el  humo  de  olor
                  amargo.





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