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eléctricos, resistencias y fórmulas como de fuerza, velocidad y masa. Había algunas “x”.
CUENTO Había números. Y pesos. Y medidas. Todo bastante científico para mi gusto. Yo sólo tenía
12 años. Integrales. Diagramas de diferentes colores. Era como estar leyendo algo en otro
idioma. Por un momento lamenté no sentir ningún tipo de interés por las matemáticas.
No le paré mucha bola al asunto y lo archivé en el lugar de la mente en donde uno
pone todo lo que no sirve. Todo lo que no debe ocupar espacio en tu disco duro. “Pobrecito
papi, tener que aguantar las loqueras del tío y pretender que tienen sentido.” Tener que
seguirle la corriente al triple loco de Afrenio”. Me fui a mi cuarto a mirar al techo y a llorar
porque Fernando tenía una novia nueva. En la radio el programa de dedicatorias de las
noches tocaba “She is like the wind”. Yo obviamente sí tenía cosas importantes en las que
ocupar mi tiempo, en vez de pensar en artefactos gravitatorios.
Algunos años más tarde murió el tío Afrenio, en un episodio digno de “1000
maneras de morir”, obviamente. No podía ser de otro modo. Por lo que entendí, trató de
investigar cuántas tazas de café podía aguantar su organismo y después de siete días sin
dormir, cayó en una especie de coma por falta de sueño y envenenamiento por cafeína.
Como la ex-esposa, a la que abandonó por la jovencísima maestra de su hijo, aún tenía la
última palabra en caso de muerte cerebral, tan pronto le preguntaron qué se hacía con el
loquillo del tío, firmó la orden de desconexión. Fin de la historia. Fin del recuerdo.
Pero hace un mes murió papá y me ha tocado en suerte un baúl con sus cosas.
Siempre supe que no dejaría grandes sumas de dinero para mí. Papá se había gastado hasta
lo que no tenía en pagarme la mejor educación a la que uno podía tener acceso en aquel
lugar y en aquel momento.
Entre lo que podemos llamar “mi herencia” me encontré muchas cosas que me
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