Page 73 - Memoria2017
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arrancaron infinitas lágrimas. Y que sé que me harán llorar muchas veces más mientras
CUENTO
viva. Sus discos de acetato. Los candeleros que hizo para mí. Las campanillas de apagar
velas. Sus fotografías de juventud. Su colección de monedas. Su perfume a medio terminar.
Sus manuscritos de inventos que se quedaron en proyectos. La vida no le alcanzó a papá
para arreglar el mundo.
Debajo de todas aquellas emociones, hay una cajita que pesa como 15 libras. Entre
papel de burbujitas, de esas que uno se pone a explotar por el hecho de ser algo muy
entretenido, se encuentra una estructura triangular, pegada con puntos de soldadura y
rodeada de imanes. Lo sé porque mi sortija de matrimonio ha quedado pegada al artefacto.
Los bordes son suaves. Se parece a muchas otras cosas que hacía papá. Los acabados no
son delicados. Puedo identificar lo que parecen unas rudimentarias celdas solares. Se parece
mucho a aquel dibujo que vi en mi niñez, la tarde de las cocacolas y el tío descamisado. De
repente el recuerdo va saliendo del oscuro lugar de mi cabeza en donde estaba guardado. La
palabra “Antigravitatorio” hace su aparición en mi cerebro, salida de la circunvalación
menos pensada del interior de mi cráneo.
Busco los planos del aparato, pero no hay nada. Nada que diga que es
antigravitatorio. No hay ni no sólo de aquellos papeles en los que me entrometí a mis 12
años.
Ya es mediodía y llevo el dispositivo a un lugar en donde le pegue el sol, en caso de
que las celdas solares aún sirvan. Siento nostalgia por mi papá. Uno nunca se conforma con
decir “adiós”. Si uno se deja llevar por el luto, corre el riesgo de querer encontrarse a quien
se ha ido en cualquier esquina de la vida. Acomodo el triángulo suavemente sobre la hierba.
No hay ni una nube en el cielo. Nadie me mira.
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