Page 82 - MEMORIA 2020
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CUENTO
la locomotora canalera. Pero a lo interno de la sección de pasajeros VIP era otra historia. Temperatura
controlada y área cerrada se conjugaban con finos acabados en madera y muebles traídos del sur de
Asia, de la región del Indostán, matizados con amplios vidrios que permitían que el casi siempre escaso
puño de pasajeros disfrutara de las vistas del Lago Gatún y de rincones secretos de la cuenca del Canal
de Panamá.
Habiendo a disposición varios de estos vagones selectos, el doctor Him logró con facilidad obtener el
permiso del capitán para desalojar uno, y convertirlo en área de parto, con la asistencia incluida de la
persona a bordo encargada de las emergencias de salud que se pudieran presentar.
Pero ninguna de las emergencias anteriormente atendidas por esa enfermera, se comparaban con la que
le ocupaba ahora. Dentro de lo que cabía, ella fue diligente y colaboró para tener listo todo lo necesario
para garantizar la integridad de la mujer en labor de parto, así coma la seguridad del médico y de ella
misma.
Con sobrecogimiento mudo, ella observó que el cirujano entraba en una especie de transe que le puso
los pelos de punta (ya de por sí sensibles ante la frialdad de la tarde lluviosa). Le pareció que repetía
una especie de letanías que ella no alcanzaba a descifrar, mientras examinaba con sus manos el vientre
irregular de la joven china, con evidencias visibles de que su bebé ya venía, aunque en una posición
incorrecta.
Por un instante la enfermera soltó su fijación en el rosto sudoroso del cirujano, y lanzó un atisbo a Xiaoli;
la advirtió tumbada, extraída de la realidad por el éter. El tren zumbaba mientras el concierto de rieles
ponía a prueba los amortiguadores de los vagones selectos. La enfermera volvió a mirar al obstetra que
seguía balbuceando algo, con los ojos cerrados, e imaginó que esperaba sentir que la turbulencia fuera
mínima, para lanzarla la orden, que finalmente llegó...
— ¡Bisturí, por favor!, pidió extendiendo su mano enguantada.
— ¡Aquí tiene!, respondió la enfermera, con similar intensidad en su voz, también con
guantes en sus manos, y asegurándose de no soltar la pequeña navaja afilada hasta que el médico la
recibiera por completo, pues seguía con los ojos cerrados.
En los siguientes segundos, la tensa calma interna del vagón parecía someter a la turbulencia que afuera
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