Page 83 - MEMORIA 2020
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CUENTO









            enfrentaba en lucha sin cuartel a rieles, brisa, lluvia y carga.
            Cuando el tren se acercaba a las llanuras que circundan la desembocadura del río Chagres en el Lago


            Gatún,  la  enfermera  observó  que  súbitamente  el  médico  dejó  de  balbucear  letanías  indescifrables
            para ella, y con asombro sintió como si el tren volara, en un silbo manso. Su confusión aumentó en ese


            momento, cuando escuchó al doctor proferir: “¡Seguridad es vida!”. Esa sí era una frase perfectamente
            entendible para ella, pero a la vez no entendía nada de lo que pasaba.


            Vio al médico todavía con los ojos cerrados, como esperando una respuesta de ella. La enfermera quería
            ayudar, quería también ser parte de esto; no quería defraudar al cirujano ni a la embarazada ni a su


            bebé en camino... ni a ella misma. Pero todo le parecía confuso y no sabía qué hacer. Lo único que se le
            ocurrió fue repetir la frase: ¡Seguridad es vida! Y a esa señal, Him finalmente abrió sus ojos, los cuales


            de inmediato fijó en el vientre de Xiaoli, y sin titubear cercenó una cortada con precisión de cirujano,
            corrigiendo el camino del engendro, y facilitando así el nacimiento de Wenliang Li.


            Le llamó la atención el rostro sudoroso del cirujano, a pesar del frío vagón donde viajaban, pero ese dato
            pasó a segundo plano, cuando escuchó el llanto del bebé y sobre todo cuando le fue traspasado a sus


            brazos.
            Para esa enfermera, como ocurría con la mayoría de las parteras que trabajaban con Roberto Him, ese


            era el acto sublime e íntimo del milagro de la vida. Pero para el médico, además, era también un acto de
            justicia social.


            Su sed de justicia social era lo que le había impulsado todos estos años a dejar por momentos su cómoda
            clínica, y adentrarse en los más recónditos puntos de la Costa Arriba de Colón.


            A pesar de la mofa de algunos de sus colegas y amigos personales, él soñaba con aportar algo de su
            conocimiento científico y técnico para promover entornos de trabajo seguro y protegido también para


            las parteras empíricas, mujeres injustamente tratadas por una sociedad que las condenaba a un empleo
            precario, en muchos casos enfrentando riesgos al realizar estas funciones.


            Him fue conformando con los años una cadena de parteras bien capacitadas y con identidad propia.
            Se esforzó conscientemente de que todas ellas lo vieran como un hombre de ciencia. Pero su éxito real


            transcendió el ámbito didáctico y se ubicó en lo fantástico.

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